Armyn apenas levantó la mano cuando los guardias reaccionaron con la velocidad de un rayo.
Riven fue tomado por ambos brazos y, antes de que pudiera volver a verla, fue expulsado del palacio entre gruñidos, órdenes y el eco helado de la puerta al cerrarse. El silencio que quedó después fue tan intenso que Armyn sintió que le oprimía el pecho.
El pequeño Dyamond, que había presenciado apenas un fragmento de aquella escena, corrió hacia ella con sus manitas extendidas. Armyn lo sostuvo contra su pecho con fuerza, sintiendo el latido acelerado del niño, la calidez de su olor y el temblor leve de sus respiraciones cortas.
—¡Dyamond, no! —exclamó Armyn al verlo intentar seguir la figura de su padre desapareciendo por el pasillo.
El pequeño levantó su rostro redondo, con los ojos grandes y brillantes por la confusión.
—Mami… ¿Por qué estás enojada?
La pregunta la atravesó como una lanza. Armyn lo sostuvo aún más cerca, inhalando su aroma antes de responder. Su corazón dolía.
—Mami no está e