El silencio de la noche se quebró con un rugido feroz, tan profundo que hizo vibrar la tierra bajo las patas de los lobos reunidos. Riven dio un paso al frente, sus ojos encendidos por un fulgor ámbar que imponía respeto y miedo a partes iguales.
—Nadie tocará a mi mate. Yo soy su único macho.
Su voz retumbó como un trueno, grave, absoluta. El Beta de Ígnea, que hasta ese momento estaba tan seguro de sí mismo, retrocedió de inmediato. No era solo el poder de un Alfa lo que emanaba de Riven… era algo más primitivo, más ancestral, más devastador.
La atención de Riven se desvió un instante hacia el pequeño lobo tendido en el suelo. El olor a sangre fresca se mezclaba con el humo de las fogatas y la tensión de las manadas.
—Llévenlo a dormir. —Ordenó sin apartar sus ojos del enemigo—. Olev está herido. Y si tengo suerte… lo maté.
Los lobos de Roca Fuego aullaron, celebrando cada palabra como si fuera una victoria divina. El eco de esos aullidos se extendió por el campamento, mientras Riven