Riven dio un paso al frente, su pecho subía y bajaba con violencia. La pregunta le salió ahogada, casi como un ruego que llevaba años encerrado en su garganta.
—¿Es mi hijo, Armyn?
Armyn sintió que el mundo entero la estrechaba. Su lengua se volvió pesada, su respiración se cortó. Era como si una mano invisible le oprimiera la voz. No podía hablar… pero tampoco podía seguir callando.
Luna Phoebe, recostada aún, pero con los ojos más lúcidos que nunca, intervino antes que ella.
—Es tu hijo —dijo con un hilo de voz que aun así sonó como un trueno—. Hice una prueba de ADN con la curandera… ¡Dyamon es tu cachorro!
Las palabras cayeron como un golpe seco en el pecho de Armyn. Bajó la mirada con vergüenza, miedo… y alivio. El secreto que había cargado durante tanto tiempo comenzaba a romperse.
Riven le tomó la barbilla con brusquedad, alzándole el rostro, obligándola a mirarlo a los ojos.
—Dímelo tú. ¿Es mi hijo?
—No tienes derecho a él… —susurró Armyn, temblorosa—. Pero sí.
Su voz se quebró