—¡Riven, tengo que encontrar a mi cachorro! ¡Es mi hijo, mi bebé! —La voz de Armyn se quebró en un grito desgarrador mientras caía de rodillas sobre la tierra húmeda. Su cuerpo aún vibraba por el cambio súbito de forma; la piel humana aparecía salpicada de sudor y sangre, y su respiración era entrecortada, desesperada.
Riven corrió hacia ella, dejando atrás el caos que rugía entre los árboles. La envolvió en sus brazos con fuerza, cubriéndola con una bata de piel suave para protegerla del frío. Armyn temblaba tanto que la tela parecía sacudirse por voluntad propia.
—Mírame, Armyn —susurró él, sosteniéndole el rostro entre las manos—. Te juro por la Luna Antigua, por la sangre que corre en mis venas, que traeré a nuestro hijo con vida. Sano. Completo. Nada ni nadie me detendrá.
Ella sollozó contra su pecho, ahogándose en su propia angustia.
—¿Y si…? ¿Y si no llegamos a tiempo, Riven? ¿Y si lo lastiman? ¡Dyamon es tan pequeño! ¡Tiene miedo, debe estar llorando, buscándome!
—No voy a perm