194.
—¡No! —gritó Ismael, y se abalanzó para intentar salir de la cueva.
Pero yo lo abracé con fuerza, sosteniéndolo dentro del lugar.
—Espera —le dije—. No creo que sea el veneno de Mordor. El veneno no le hace nada a las demás especies del submundo, a pesar de que sea tan poderoso y tan fuerte.
—¿Acaso no estás viendo? —me preguntó con un poco de impaciencia—. Fue lo mismo que sucedió en Flagela. Cuando atravesaron el domo, estuvo muy rojo. Convirtió a los pocos humanos que pudo tocar en sus criaturas.
Yo lo tomé por los hombros y lo obligué a que se quedara sentado, observando lo que sucedía. El humo se extendió por todas partes, cubriendo por completo al ejército. Otros misiles se unieron a ese, explotando en el aire, creando tanto humo rojo que la mancha cubrió por completo a los lobos, los vampiros y la gente del bosque que estaban ahí, dispuestos a pelear contra aquella criatura que los amenazaba de muerte.
Se pudieron escuchar los gritos. Eran gritos de dolor.
Yo me abracé con fuer