Dhalia abrió la puerta de esa pequeña habitación en la vecindad con las manos temblorosas. El corazón le golpeaba el pecho como si quisiera advertirle de algo.
Por fin había escapado de Luis. De sus amenazas, de su sombra… de todo su pasado.
O al menos, eso había querido creer.
Pero cuando cruzó el umbral, el aire se volvió pesado, asfixiante.
Luis estaba ahí.
Sentado en la única silla de madera del cuarto, esperándola como si nunca se hubiese ido. Cuando la vio, se levantó de inmediato, caminó hacia ella con pasos furiosos y la sujetó con fuerza por los brazos. Dhalia apenas pudo emitir un grito ahogado antes de que él la callara con una mano sobre su boca.
—No digas una palabra —ordenó con voz baja pero cargada de veneno.
Ella forcejeó, desesperada, y cuando por fin logró hablar, sus palabras salieron temblorosas, como hojas al viento.
—¿Qué haces aquí? ¿Cómo me encontraste?
Luis apretó más fuerte. Sus ojos oscuros la atravesaban con una mezcla de rabia y codicia.
—Te lo dije, Dhalia