El ramo resbaló lentamente de las manos de Jessica, como si su cuerpo no respondiera, como si el alma se le hubiese salido del pecho.
Sus ojos, abiertos de par en par, parecían a punto de salirse de sus órbitas.
La respiración se le cortó y su corazón dio un vuelco que casi la hizo perder el equilibrio. No podía ser real. No podía estar ocurriendo. Pero lo era.
Frente a ella, de pie, vestida de negro como si viniera de una tumba… estaba Abril.
¡Abril!
La misma mujer a la que creyó ver morir entre gritos, sangre y fuego. La misma a la que había eliminado en su mente una y otra vez, convenciéndose de que no volvería.
Pero ahí estaba. Con su piel viva, su mirada encendida y su cuerpo fuerte. No era un fantasma. No era un eco. Era ella. Viva. Entera. Resplandeciente con una ira contenida que electrificaba el aire.
Gregorio no pudo contenerse. Dio un paso al frente, atónito, con el rostro desencajado. La mirada en sus ojos fue la de un hombre que acaba de ver a su verdadero amor regresar de