Por años, Abril había soñado con tener ese video.
Lo había imaginado cientos de veces, como un testimonio sagrado que probara que ella no era una simple mujer en su vida… sino su salvadora. Una heroína silenciosa. Había arriesgado todo por Gregorio, incluso su propia vida, pero jamás imaginó que existiera una prueba… hasta ahora.
Y ahí estaba, frente a sus ojos.
El teléfono de Amadeo brillaba como si fuera una joya en medio del desierto, proyectando en la pantalla justo ese instante que creía perdido para siempre.
—¡¿Cómo es posible?! —susurró, sin poder despegar los ojos del video—. ¿De dónde lo sacaste?
Amadeo sonrió, satisfecho, como si hubiese estado esperando esa reacción durante días.
—Ya ves… soy más listo de lo que muchos creen. Nada se me escapa.
—Ese video… —sus ojos se llenaron de lágrimas contenidas, pero no por tristeza, sino por la mezcla de rabia, alivio y desahogo—. Amadeo, es una prueba vital para mí. Es lo único que puede limpiar mi nombre, cambiar mi destino…
Él asin