Gregorio retrocedió un paso, como si la verdad le hubiese estallado en el pecho, desgarrando algo profundo, algo que no sabía que aún estaba roto.
Su cuerpo comenzó a temblar.
Primero fue un leve estremecimiento en sus manos. Luego, un temblor en las piernas.
Finalmente, todo su cuerpo se sacudió como si algo dentro de él se estuviera desmoronando, quebrando pedazo a pedazo.
Su respiración se volvió errática. Jadeaba, como si le faltara el aire. Como si el mundo, de repente, se hubiera vuelto irrespirable.
Jessica se detuvo a mitad del pasillo.
Sus ojos, grandes y llenos de confusión, lo observaban como si no lo reconociera.
Temor.
Desesperación.
Algo en Gregorio había cambiado.
Algo oscuro, ancestral, devastador... acababa de despertar.
Sarahi, al ver el rostro de su hijo, sintió que el corazón se le detenía por un segundo. Corrió hacia él, presa del pánico.
—¡Hijo! —exclamó, con voz rota—. ¿Qué te pasa? ¿Qué tienes, Greg?
Extendió las manos, queriendo tocarlo, abrazarlo, detener