Horas después. En el hospital.
El ambiente era sombrío.
La fiesta se había cancelado. El salón decorado con globos, música y flores quedó en el olvido.
Hora todo era silencio, tensión, y miedo.
Los abuelos esperaban en la sala, con el corazón en un puño.
Cuando Sarahi y Jessica llegaron, ambas tenían los ojos hinchados, los rostros descompuestos.
Y entonces… el doctor salió.
—¿Cómo está mi nieto? —preguntó el abuelo, con voz temblorosa.
El doctor los miró, y tras una breve pausa, habló:
—Está estable. Conmocionado… pero consciente. Ha recuperado la memoria. La amnesia ha terminado.
Jessica dio un paso atrás, como si la realidad la hubiera abofeteado.
—No… no puede ser… —murmuró—. No puede ser… ¡Quiero verlo!
El doctor asintió con cautela.
El abuelo se volvió hacia ella, mirándola con una mezcla de tristeza, decepción y rabia contenida.
—Adelante…
Hizo una pausa, la voz cargada de amargura.
—Pero te aseguro algo, Jessica… lo único que recibirás de mi nieto es una cosa: desprecio.
Jessic