—¡Jessica! —gritó Abril con el corazón a punto de estallar—. ¡Maldita loca, no hagas esto! ¿Por qué tienes que hacerme daño?
Pero Jessica no bajó la pistola, ni un ápice de locura o duda apareció en su mirada fría y decidida.
Sin embargo, su primer objetivo fue el chofer, al que apuntó con firmeza.
—¡Baja del auto ahora! —ordenó con voz cortante y sin margen para la discusión.
El chofer, con las manos temblorosas, obedeció al instante, abriendo la puerta y alejándose rápido del vehículo.
Abril sintió un vacío helado al verlo irse, sabiendo que ya estaba completamente sola.
Con un giro brusco, Jessica tomó el volante y arrancó el auto a toda velocidad, dejando atrás el hospital y la seguridad que Abril había sentido hacía apenas unos minutos.
El motor rugió como un monstruo desbocado, y la adrenalina empezó a inundar el cuerpo de Abril.
Intentó gritar, pedir ayuda, pero sus palabras se ahogaron en un nudo en la garganta.
—Si intentas hacerme algo —dijo Jessica con una voz fría y amenaz