Liliana subió hasta su habitación convertida en un mar de emociones que iban y venían haciéndola estremecer por dentro.
—¿Qué se ha creído ese estúpido? —gruñó mientras entraba a su dormitorio azotando con fuerza la puerta.
Frotó su brazo con su otra mano, aún tenía la marca enrojecida del agarre de Alessandro. Sus pezones estaban endurecidos, lo cual reflejaba lo excitada que se sintió tras aquellas nalgadas. Caminó hacia la cómoda, se levantó el vestido y miró la forma de sus dedos marcados en su blanca piel.
—¡Ahhh! —gruñó.— Te odio Alessandro Fiorini. ¡Te odio!
Sin embargo, lo que Liliana sentía por Alessandro era más que odio, era deseo, una pasión incontrolable que la convertía en una víctima de aquella sensación inexplicable de lujuria y perversión.
Se dejó caer en la cama de espaldas, mirando el techo de la habitación, pensando en lo que acababa de ocurrir en el comedor con Alessandro y cavilando en su pasado al lado de Enzo. Revivió aquellos encuentros sexuales en lo