—¿Así que esto es en lo que te has convertido? —dijo Elena con voz fría, cargada de juicio.
Emma alzó lentamente la mirada.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Emma, limpiando las lágrimas de su rostro.
—Tú y yo tenemos que hablar —dijo con tono
—¿Ahora sí tienes algo que decirme, mamá?
Elena la miró fijamente, cruzando los brazos.
—Sé lo que haces con Franco. Lo vi salir de tu habitación —respondió Elena con un leve gesto de cabeza, como si hablara de un extraño.
Emma se encogió aún más, como si quisiera desaparecer entre las sábanas.
—¿Vas a decirme qué hiciste esta vez? ¿Qué le ofreciste a Franco para que te mirara?
Emma permaneció inmóvil por un segundo. Luego sonrió, una sonrisa amarga.
—¿Y eso que importa? Al menos él me ve, se preocupa por mí. Algo que tú no has hecho en toda mi vida.
Elena apretó los labios. Caminó hacia ella, lenta como un depredador.
—Tú no entiendes nada, niña estúpida. Franco me pertenece. Siempre fue mío. Lo tuyo ha sido una provocación constan