Franco entró a la mansión y subió corriendo las escaleras rumbo a la habitación de Emma. Justo cuando se dirigía a su puerta, la voz firme de Elena, lo detuvo en medio del pasillo.
—¡Franco! ¿A dónde crees que vas?
El guardaespaldas se detuvo en seco, se giró lentamente hacia su amante y se regresó hacia donde ella estaba.
—Me dirijo a la habitación de la Sra Liliana. Me pidió un encargo y le traigo respuesta.
—¿Estás seguro que es hacia allá que te dirigías? —cuestionó en tono sarcástico.
—Sí, Elena —respondió con hostilidad.
—Si piensas que soy tonta, te equivocas. Sé desde hace tiempo lo que te traes con mi hija —soltó sin más.— ¿Crees que no me daba cuenta como te coqueteaba y la manera en que se miraban?
Franco no respondió en ese instante. Conocía perfectamente a Elena y de lo que era capaz. Una mujer cruel y vengativa, e incapaz de sentir remordimientos y de dejar que alguien se interpusiera en su camino. Sólo Enzo, su hijo predilecto, logró hacerlo protegiendo a L