La brisa suave de Tenerife acariciaba la piel de Alina mientras caminaba por las calles tranquilas de la ciudad. La luz del sol apenas se filtraba entre las nubes, como si la naturaleza misma compartiera su tristeza. Sus pasos eran lentos, pero decididos. Con cada movimiento, sentía el peso de su vida anterior, la vida que había dejado atrás, pero también la esperanza que le traía el futuro, aunque estuviera envuelta en incertidumbre.
Boris caminaba a su lado, su sombra protectora. A pesar de que sus ojos mostraban la preocupación constante, su presencia le daba una extraña calma. Había sido su apoyo durante los últimos meses, y aunque ella no se lo dijera, sentía una gratitud inmensa hacia él. Ambos sabían que, aunque el peligro parecía haber quedado atrás, algo dentro de Alina le decía que todo esto no estaba acabado. Viktor, aunque había desaparecido, seguía presente en su mente. Su sombra parecía acecharla a cada paso, aunque intentaba convencerse de lo contrario.
—¿Se siente bien