—Ella va con nosotros —dijo Alina con firmeza, aunque su voz tembló levemente.Viktor no respondió al instante. Desde su asiento al volante, observó a Laura a través del retrovisor. Su rostro, inmutable, no delataba emoción alguna, pero tras un largo segundo, suspiró.—Que termine de entrar y tú te vienes para acá —ordenó. Dio una palmada sobre el asiento del copiloto sin apartar la mirada del espejo.Laura no esperó una segunda indicación. Con un leve empujón, urgió a Alina a moverse. Alina tragó saliva y obedeció, cerrando la puerta tras de sí con un chasquido seco. La duda la asaltó por un instante antes de rodear el auto y ocupar su nuevo lugar junto a Viktor.Tan pronto tomó asiento, el hombre alzó la mano y, con una suavidad desconcertante, deslizó los dedos por la piel enrojecida de su mejilla. El contacto fue apenas un roce, pero bastó para helarle la sangre y hacerla estremecer. Su primer instinto fue apartarse, pero su cuerpo no respondió. En cambio, sus párpados descendieron
Rodaron durante aproximadamente dos horas aproximadamente, alejándose cada vez más de la ciudad. Las luces de los edificios se fueron desvaneciendo hasta quedar atrás, y eran reemplazadas por la vasta oscuridad del camino, apenas interrumpida por la luz de los faros. Alina, adormilada por el efecto del analgésico que Viktor le había dado, se hundió ligeramente en el asiento. Entre sueños, veía fragmentos del paisaje a través de la ventana: carreteras solitarias, árboles meciéndose con el viento y la luna reflejándose en la distancia.De vez en cuando, abría los ojos y lo observaba. Viktor conducía con la misma serenidad inquietante de siempre, una mano en el volante y la otra reposando sobre su muslo. No había urgencia en sus movimientos, pero tampoco relajación. Sin embargo, algo en su expresión la hizo fruncir el ceño.No era un hombre que dejara ver sus emociones, pero Alina comenzaba a reconocer ciertos matices en él, aunque apenas fueran destellos fugaces. Un ligero endurecimien
Alina cruzó el umbral de la cabaña detrás de Viktor, sintiendo cómo la brisa marina se filtraba a través de la entrada antes de que él cerrara la puerta tras ellos. El interior era amplio y elegante, con un diseño que combinaba la rusticidad de la madera con detalles modernos y lujosos.A la izquierda, una sala de estar acogedora se extendía con un sofá de cuero oscuro y una mesa de centro de cristal sobre una alfombra de tonos neutros. El aire olía a madera fresca y a la ligera fragancia a sal del mar que se colaba por los ventanales. A la derecha, un kitchenette minimalista se alineaba contra la pared, con encimeras de mármol negro y estanterías abiertas donde reposaban copas de cristal. Al fondo, una puerta semiabierta dejaba entrever la habitación, donde un ventanal panorámico revelaba la silueta de la playa iluminada por la luna.Alina apenas tuvo tiempo de asimilarlo antes de ver a Viktor despojándose de su chaqueta con un movimiento fluido, arrojándola descuidadamente sobre el
—Dame un momento —le dijo Viktor, obligándola a sentarse—. No te quites eso de la mejilla.Le pidió y entró a la cabaña. Era evidente que no solo ella se sentía incómoda, también él. Por lo que estimó que lo mejor era alejarse aunque fuera un breve instante. Alina lo vio alejarse y desvió la mirada hacia la playa. Sentía que las emociones la rebasaban.La noche era espesa y húmeda, un aliento tibio que se adhería a la piel como una segunda capa. Alina sintió el contacto helado de la compresa adormecer su mejilla, pero no bastaba para contener el temblor que la sacudía desde dentro, uno que poco tenía que ver con el frío. Se abrazó a sí misma, recogiendo las piernas contra su cuerpo en un intento de encontrar refugio en su propia fragilidad.La brisa nocturna traía consigo el aroma salobre del mar, un contraste punzante con la fragancia costosa y discreta de Viktor. Él había dejado su estela al cruzar la habitación, y aunque ya no estaba a su lado, su presencia persistía, envolviéndol
Apenas percibió que Viktor había finalizado de aplicarle el ungüento, se giró sobre sus talones.—Iré a descansar —le dijo sintiéndose algo incómoda.Él no le respondió, solo la observó. Dejó el frasco con ungüento sobre la mesita, tomó una servilleta, limpió su mano y agarró el vaso para terminar con el trago que tenía a medio acabar.Alina se encerró en la habitación, aunque sabía que era inútil; el sueño no llegaría con facilidad. Su mente seguía atrapada en las palabras de Viktor, en la confesión que le había permitido asomarse, aunque fuera por un instante, a la oscura profundidad de su alma. Hasta ese momento, solo había visto al monstruo que él se empeñaba en despertar, a la amenaza que se cernía sobre ella como una sombra inevitable. Sin embargo, por primera vez, vislumbró algo más allá de la máscara de frialdad: un atisbo de humanidad latente, oculta tras capas de violencia y control.El desconcierto se apoderó de ella. La atracción que sentía por él, esa fuerza inexplicable
Viktor abandonó la habitación en un intento desesperado de huir de sí mismo, de no sucumbir a la bestia que rugía en su interior, hambrienta, exigiendo salir. Su respiración era errática, su pulso martilleaba contra sus sienes como un tambor de guerra y el fuego que ardía en su vientre parecía a punto de consumirlo por completo. La necesidad primitiva de marcar, de poseer, de reclamar a Alina era sofocante, como si cada célula de su cuerpo estuviera envenenada con un deseo que no podía saciar.Se apoyó contra la puerta cerrada de la habitación del lado de la sala de estar, cerrando los ojos con fuerza. Inspiró hondo, tratando de recuperar el control, pero el eco de su respiración agitada solo lo hacía más consciente de la tormenta que lo sacudía. Su mandíbula se tensó. Su instinto le gritaba que volviera, que la tomara, que la hiciera suya hasta borrar cualquier resquicio de resistencia en su mirada. Pero no. No podía permitírselo. No cuando ella acababa de atravesar un momento de vuln
Alina despertó con la mente nublada, atrapada entre la bruma del placer reciente y la realidad inquietante que se desplegaba ante ella. A su lado, Viktor dormía profundamente, con el cuerpo entrelazado al suyo en una prisión de carne y deseo. Su respiración era pausada, pesada, como la de un conquistador que descansa satisfecho tras haber reclamado lo que considera suyo, al haber saciado una necesidad instintiva que lo definía. Aun en el letargo del sueño, sus brazos la rodeaban con firmeza, posesivos, como si temiera que ella intentara escapar.Por simple curiosidad, Alina giró el rostro para observarlo y lo que vio la dejó sin aliento. No era el Viktor impenetrable, aquel cuya serenidad siempre ocultaba una amenaza latente, el que nunca mostraba descanso real. No. Lo que tenía frente a ella era distinto. Su expresión era tranquila, relajada, completamente despojada de tensión. Sus facciones, tan marcadas y a menudo severas, ahora parecían esculpidas en un estado de auténtica paz. Un
Viktor no hizo más caso al rechazo de Alina. En lugar de seguirla o insistir, se limitó a observarla un instante más con su habitual expresión impenetrable, luego se giró con parsimonia y caminó hacia su despacho. Al cerrar la puerta tras de sí, caminó hacía su escritorio y se recostó en el respaldo de su silla de cuero negro, entre los destellos dorados que filtraban las persianas, se colaba un destello de iluminación natural a la oscuridad que había en todo el mobilairio. Encendió un cigarro y se permitió una sonrisa apenas perceptible.«Ya se le pasará», pensó, con la misma arrogancia con la que siempre minimizaba los sentimientos ajenos.Alina, por su parte, permaneció en la sala de entretenimiento, con el cuerpo tenso y las emociones a flor de piel. Estaba demasiado enojada con él. Caminaba de un lado a otro sin poder concentrarse ni siquiera en la película que seguía proyectándose en la enorme pantalla ni en los libros que había intentado hojear.—Maldito ególatra… —susurró entr