El sol apenas comenzaba a calentar las ruinas de Villa Carranza cuando Santi despertó sobresaltado. La noche había sido tranquila, pero su cuerpo no encontraba paz. Había dormido con un arma bajo la chaqueta y pesadillas detrás de los ojos.
Sarah ya estaba despierta, armando una mesa improvisada con una vieja puerta, organizando mapas, municiones sueltas y latas de comida abiertas. Zarella calentaba un poco de sopa en una olla oxidada, mientras miraba de reojo a Indira, que aún dormía, envuelta en mantas.
Luna apareció desde la parte trasera de la estación, con mirada seria, el pelo recogido y el arma en la cintura. Se acercó al centro del cuarto donde estaban los demás y puso una caja sobre la mesa: medicinas, municiones, vendas, algo de pan seco.
—Lo que pude conseguir anoche —dijo con tono breve.
—¿Lo de la nota…? —preguntó Sarah.
—La dejé. Y la vieron —respondió Luna—. Solo queda esperar si confían lo suficiente para venir.
Santi suspiró, apoyándose contra la pared. Quería m