Dejo el bolso en la mesilla y el arma escondida bajo la cartera.
Mi estómago ruge pero no es de hambre. Es por la imperiosa y simple necesidad de comer cuánta porquería haya en el bufete para bajar esta desazón que me trae trastocada.
El pulso aún no desacelera. Siento rabia, enojo, celos y ganas de llorar del coraje que me dio esa mujerzuela.
Mujerzuela.
Que bajeza la mía decirle así.
Ni siquiera sé porqué esto me afecta tanto. Porqué permito que me afecte de semejante manera.
Ciro es un cabrón y ella, al parecer una revanchista que le gusta exhibir el trofeo que se ha ganado.
Sin embargo...
Él me hizo una promesa.
Él era un sujeto leal y transparente.
Pero resultó que la perra transparencia se le esfumó con su nueva y perfecta vagina llamada Rebecca.
Siento que lo odio. Lo odio porque vine aquí por ayuda; por su ayuda. Porque a pesar de todo confíaba en él de la misma forma que confío en Liam.
Ahora, por culpa suya y de la desubicada esa voy a romper mi dieta.
Cabreada por mi desba