De un fuerte puntapié, el Diablo desestabiliza la silla que ocupa Dante. El fornido y tatuado lameculos cae de rodillas al suelo y se desploma, todavía sumido bajo los efectos del sedante natural.
Su cara se estampa en el piso, queda lánguido, haciendo cuanto esfuerzo puede para aunque sea mover los dedos de la mano.
Es en vano.
Cualquier intento de ellos es en vano y lo será hasta que yo lo quiera.
—Mira mira... —mi voz es captada por los ojos verdosos de Gaultier que me siguen con desespero—, lo que tengo guardadito para ti.
Del bolso saco un frasco de pastillas azules, un mortero y un pequeño cuenco.
Machaco el viagra hasta volverlo polvo y formo un jarabe azulado que luego es aspirado por una jeringa.
La ira con que mi cómplice toma a su victimario es desbordante. Le clava los dedos en la cara, echándosela hacia atrás y a la mala le abre la boca, volcando el afrodisíaco en su interior, apretándole la garganta para que trague hasta la última gota.
—Cuando el estramonium pase, las g