“Deudas de Sangre”
Cierro la ducha, me seco y por mi cuerpo se desliza la bata de seda perlada.
Salgo al cuarto en suite y lo veo con la suya puesta.
Me pesa admitir que el tono satinado entre blanco y beige, cirñéndose en su espalda y marcando músculos a través de la tela es una de las cosas más placenteras de admirar.
El contraste de colores entre la bata, su piel y su pelo es una gama de exquisita visualización.
Inspiro profundo.
Vuelvo a inspirar.
Coger es fácil y sabroso, lo difícil es que al no hacerlo pienso en la posición en que estoy respecto a este hombre: posición desigual e inferior.
Bajo las escaleras hacia lo que conforma el living, en donde permanece Judas, de espaldas a mí, colgado a su teléfono y jugando ociosamente con el vaso de Ciroc.
Mis pies no emiten ruido ninguno. En el más absoluto silencio me acerco, escuchando partes de la conversación que mantiene.
Habla de Washington. De una oferta que le llegó. De una reunión de carácter urgente que debe mantener con algu