El sábado por la noche, Marco había organizado un encuentro que rayaba en la insensatez. Un cliente difícil —una heredera rusa con tendencias a la paranoia y un gusto por el drama que rivaliza con las obras de Dostoievski— había amenazado con cancelar un contrato multimillonario a menos que él la acompañara personalmente a una gala benéfica.
Lo que no había previsto era que Lucía también estaría allí.
¿Cómo había subestimado tan completamente los caprichos del destino?
La vio en cuanto entró al salón de baile del Hotel Palace, y su mundo se detuvo como si alguien hubiera presionado el botón de pausa en la realidad. Llevaba un vestido verde esmeralda que se adhería a su cuerpo como una segunda piel líquida, y su cabello caía en ondas sobre sus hombros desnudos como una cascada de seda oscura.
¿Cuándo había aprendido a verse tan devastadoramente hermosa?
Pero el problema no era solo verla. El problema era que Katarina Volkov, su cliente/acompañante, había decidido que Marco era su poses