El lunes siguiente, Daniel llegó a la oficina con la sensación de estar caminando sobre cristales rotos. Cada paso podría ser el que finalmente causara que todo su mundo se desplomara como un castillo de naipes construido durante una tormenta.
Lucía ya estaba en su escritorio, pero había algo diferente en ella. Una tensión en sus hombros, una manera de evitar su mirada que no había estado ahí la semana anterior. Como si estuviera tratando de resolver un rompecabezas que no sabía que existía.
¿Cuánto tiempo tenía antes de que las piezas encajaran en su lugar?
Daniel se refugió en su oficina como un animal herido, pero las paredes de cristal que una vez habían representado poder ahora se sentían como los muros de una celda transparente. Podía ver a Lucía trabajando, pero algo había cambiado en la manera en que se movía, en cómo sostenía el teléfono, en la forma en que sus ojos se desviaban ocasionalmente hacia su oficina con una expresión que no podía descifrar.
A las diez de la mañ