Cuando finalmente se separaron, el aire entre ellos quedó cargado con algo que no tenía nombre en el manual de recursos humanos. Daniel carraspeó —un sonido pequeño, casi vulnerable— y se enderezó en su asiento.
—Las cifras parecen... correctas —dijo, pero su voz sonó ligeramente ronca, como si hubiera estado corriendo.
Correctas. Las cifras están correctas. Pero nosotros... nosotros estamos completamente incorrectos.
Lucía asintió, no confiando en su propia voz para formar palabras coherentes. Se concentró en la pantalla de su laptop, donde los números flotaban como jeroglíficos incomprensibles. Su brazo aún hormigueaba donde él la había tocado, como si llevara la marca de su temperatura corporal impresa en la piel.
Concéntrate en el trabajo. En los números. En cualquier cosa excepto en la manera en que sus dedos se movían sobre el papel, exactamente como los dedos de Marco se habían movido sobre...
—¿Lucía? —la voz de Daniel cortó sus pensamientos como una navaja.
—¿Sí, señor?
—¿Se