Capítulo 85– Felicidad.
La madrugada estalló con un grito que desgarró el aire, un grito que heló la sangre de toda la casa. Emili, la luna de la manada, había comenzado su labor de parto. El eco de sus gemidos atravesaba los muros y cada miembro de la familia se tensaba como si el dolor de ella fuese también suyo.
Adrián no se separaba de su lado. Sus manos, fuertes como las garras de un lobo en batalla, se aferraban a las de su luna con desesperación, y sin embargo temblaban. El alfa, temido por todos, parecía a punto de quebrarse. Sus ojos dorados ardían, y su lobo interior se agitaba en un frenesí que apenas lograba contener.
Emili lo percibió. Sentía en su pecho la tormenta que se desataba dentro de él, y supo que, si no hacía algo, perdería el control justo en el momento que más lo necesitaba. Con un hilo de voz, abrió el enlace mental, extendiendo su llamado hacia dos figuras en particular.
—Mateo… Leandro… —su pensamiento atravesó la barrera de sus mentes—. Vengan. Solo ustedes pueden calmarlo.
Los g