La tensión entre ellos todavía se sentía en el aire, como un hilo invisible que amenazaba con romperse con cualquier movimiento brusco. Emili lo miraba con los brazos cruzados, el ceño fruncido y ese brillo desafiante en sus ojos que a Adrian le desarmaba tanto como lo irritaba.
—Emili, estás embarazada… —repitió él, intentando sonar calmado.
Ella levantó una ceja y respondió con ironía.
—Ya lo sé, ¿o acaso crees que no noto cómo llevo cargando con estos niños en mi vientre desde hace cinco meses?
El alfa suspiró, pasándose una mano por el cabello. La ironía en la voz de su pareja no era común, y eso lo ponía nervioso.
—Ese lugar va a estar lleno de hombres lobos… alfas, betas, gammas. No voy a llevarte a un lugar donde te pongas en riesgo innecesario. Aquí estoy tranquilo porque sé que todos te respetan, pero si alguien llegara a mirarte mal allí… no sé cuánto podría controlarme. Sabes lo sobreprotector que soy contigo.
Ella lo estudió en silencio un momento. Había frustración en sus