El aire de la tarde se había vuelto más pesado de lo habitual. Una brisa fresca recorría el campamento, pero para Emili cada paso hacia la cabaña de la manada Luna Nueva era un recordatorio de que estaba entrando en un territorio que, en algún momento, había sido suyo.
La recibió un ambiente bullicioso afuera: lobos que conocía desde la infancia, algunos guerreros que habían visto crecer a su padre, y rostros que alguna vez le habían sido tan familiares como el de su propia familia. Apenas la vieron, se levantaron de inmediato y la rodearon con sonrisas y exclamaciones.
—¡Emili! —dijo uno de los más antiguos, con tono emocionado—. No sabes cuánto te hemos extrañado.
Otros se acercaron también, algunos incluso inclinando la cabeza en señal de respeto. Emili, aunque sorprendida, correspondió el saludo con timidez. Había imaginado miradas de reproche, quizá desdén por haber desaparecido tantos años. Sin embargo, lo que encontró fue calidez y nostalgia.
Cuando abrazó a Bastián, notó que s