El aire en el campamento estaba más tenso de lo habitual. Faltaban pocos días para la gran final del torneo y cada manada afinaba estrategias, fortalecía músculos y templaba el carácter de sus guerreros. El gimnasio improvisado, una enorme cúpula de cristal y metal, vibraba con el sonido de golpes, jadeos y el choque metálico de pesas contra el suelo.
Emili había pasado la mañana entrenando junto a Sarah, Samuel, Leandro y Mateo, pero su mente no estaba del todo en los ejercicios. Desde que Bastián la había buscado la noche anterior, no podía dejar de pensar en lo que él le había dicho.
—Jackson quiere verte a solas —le había confesado su hermano con voz seria—. Dice que necesita hablar contigo antes de que el torneo llegue a su final.
Emili se había quedado helada, con la pesa aún en la mano. ¿Jackson? Después de todo lo que había pasado, ¿qué derecho tenía a pedir verla?
Bastián, incómodo, había desviado la mirada hacia Lety, quien observaba a Emili con cierta preocupación.
—No tien