La noche había caído sobre los terrenos del Concejo. El bullicio de la fiesta de la noche anterior aún se escuchaba a lo lejos: música, risas y brindis que celebraban la victoria y la unión entre las manadas. Sin embargo, en un rincón apartado del comedor, donde la luz cálida de las lámparas de hierro forjado apenas rozaba la mesa, tres figuras se reunían para algo mucho más íntimo.
Emili respiró hondo, alisando nerviosamente el mantel con sus dedos. Frente a ella estaba Bastian, su hermano, y a su lado, su esposa Lety. Habían esperado este encuentro desde hacía días, y aunque no lo habían dicho en voz alta, todos sabían que aquella cena no sería solo para compartir alimento, sino para enfrentarse a las verdades que durante años habían permanecido ocultas.
—Sabes, Emili —dijo Lety con una sonrisa tenue, inclinándose hacia adelante—, creo que ya te conocía antes de verte.
La joven arqueó las cejas, sorprendida.
—¿Cómo dices?
Bastian bajó la mirada, removiendo el vino en su copa, pero a