El viaje había sido largo. La caravana de vehículos avanzó por carreteras interminables, serpenteando entre montañas, llanuras y bosques espesos. Durante el trayecto, hicieron paradas necesarias: una estación de combustible donde los guerreros se turnaron para vigilar mientras los demás descansaban; una posada en la que pasaron la noche, acomodándose como pudieron en habitaciones estrechas y compartidas; y varios descansos breves en el camino, donde estiraban las piernas y comían algo rápido antes de continuar.
El ambiente dentro de los autos variaba entre risas nerviosas, conversaciones triviales y silencios pensativos. Todos sabían que cada kilómetro los acercaba a un destino del que regresarían distintos.
Al quinto día de viaje, cuando el cansancio parecía haber tomado el control de sus cuerpos, un letrero imponente apareció a lo lejos. Tallado en piedra y acero, con símbolos ancestrales grabados en su superficie, anunciaba:
“Territorio del Concejo – Entrada Principal”.
Un nudo de