El aire en el claro aún olía a sangre seca y humo cuando Leandro trajo el proyector portátil hasta el centro. Los guerreros formaron un semicírculo, manteniendo la distancia, mientras la tensión se acumulaba como una tormenta en el horizonte. La pantalla se encendió, iluminando los rostros cansados de la manada de la Luna Creciente.
Al instante, apareció la imagen del Concejo de Alfas, reunido en una cámara solemne, sus figuras imponentes vestidas con túnicas oscuras y collares de plata que brillaban bajo la luz artificial. El murmullo del bosque se apagó; todos sabían que en ese momento la historia de la manada del Norte quedaría sellada.
El alfa mayor del Concejo, un hombre de cabellos grises y mirada severa, tomó la palabra:
—Manada de la Luna Creciente, los hemos escuchado. Hemos visto el juicio impartido por su alfa y presenciado la ejecución del líder enemigo. Ahora es momento de que se dicte sentencia sobre los sobrevivientes.
En la esquina de la pantalla, las imágenes cambiaro