La cabaña de los alfas estaba casi en penumbra. Adrian caminaba de un lado al otro detrás de su escritorio, procesando cada detalle que sus hijos acababan de contarle. Emili se mantenía cerca, con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Los trillizos, Alex y Sofía estaban fuera, esperando; solo Diana y sus hermanos mayores permanecían dentro de la oficina.
Adrian se detuvo finalmente, apoyando las manos en la mesa.
—No puedo creer que permitieran que esto llegara tan lejos… —respiró hondo, cerró los ojos y los abrió con furia contenida—. Y cuando escucho lo que viviste tú, Diana… —se le quebró un poco la voz— mi corazón dejó de latir por un segundo.
Diana bajó la mirada.
Adrian se acercó a ella sin dudar. La rodeó con sus brazos con una protección tan feroz que casi le cortó la respiración.
—Ya, ya estás aquí. No voy a dejar que te vuelva a pasar algo así.
La soltó después de unos segundos y volvió a tomar su postura de alfa.
—Hay que reforzar la seguridad. Eclipse atacará en