El agua caliente de la bañera se había vuelto un caos, salpicando el suelo de mármol del baño mientras Viktor olvidaba el dolor punzante en su hombro. El mundo se reducía a Diana, sentada a horcajadas sobre sus piernas, su blusa empapada pegándose a cada curva como una segunda piel. El lazo entre ellos era un pulso vivo que hacía que Kael aullara en su mente, exigiendo más. Sus manos, fuertes y callosas, se deslizaban por la cintura de ella, tirando de la tela mojada con una urgencia que no podía contener. Diana jadeaba, sus dedos enredados en su cabello húmedo, tirando con fuerza cuando sus labios descendieron por su cuello, encontrando el chupetón que él le había dejado días atrás. Lo mordisqueó suavemente, arrancándole un gemido que resonó en el baño.
—Viktor... —susurró ella, su voz un ronroneo que lo volvió loco.
Él sonrió contra su piel, sus manos subiendo por su espalda, desabrochando la blusa con dedos hábiles. La tela cayó, revelando la piel pálida, los pechos perfectos que l