Alba siempre ha tenido claro que gusta de las chicas y los chicos. Tras una serie de relaciones desastrosas con hombres, conoce a Cristel Lefebvre, una carismática y apasionada joven con la que tiene un romance intenso y hermoso. Cristel está tan enamorada de Alba que decide presentarla a su adorado hermano, Gian Lefebvre, un hombre tan atractivo, sensual, maduro y ardiente, en el cual Alba no deja de pensar y la hace añorar tener a un hombre entre sus piernas. Peor aún: él tampoco deja de pensar en ella de las maneras más morbosas posibles y no luchará contra su deseo y anhelo, hará lo posible para hacerla sucumbir.
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Yo era el tipo con la vida perfecta: prometida perfecta, padres perfectos, hermanos perfectos, trabajo perfecto, y encima el futuro Duque de Arenberg. A que lo tenía todo, ¿verdad?
Pues era una auténtica m****a.
Tras un largo día de conferencias y trabajo duro, lo único que quería era darme un baño y tirarme en la cama a dormir. Cada maldito día desde que esto comenzó sentía una presión en el pecho que intentaba ignorar porque era lo que se esperaba de mí. ¿A quién le importaban mis sentimientos? ¿Eso existía en la nobleza?
Entré al ascensor en solitario, eran las once de la noche. Le había dicho a Karen, mi prometida, que no llegaría a dormir esa noche, pero las cosas cambiaron en la reunión y terminé pudiendo volver al hotel. La verdad no quería ir a esas fiestas de los ponentes.
Mientras esperaba a que la puerta se cerrara, vi a las personas pasar por acá y por allá, y una de ellas llamó mi atención: era un tipo moreno, alto y bien formado; caminaba con una elegancia que solo había visto en pocas personas hasta ahora, y por alguna razón al ver su rostro de perfil sentí que se me encogía el estómago y se me hundía el corazón en el pecho.
Apreté los labios porque detestaba esa sensación, y fruncí los dedos de los pies para respirar hondo. ¿Por qué siempre…?
Sonó un pitido y las puertas empezaron a cerrarse. Justo entonces, el hombre volteó y nuestras miradas se encontraron, y me aterré, Dios, ¡¿por qué me aterraba?! Pude ver la sorpresa en su cara, pero gracias al cielo las puertas terminaron de cerrarse, y me encontré a mí mismo con el corazón desbocado, y las piernas tan temblorosas que me tuve que agarrar a las paredes de la cabina para no caerme. Un zumbido me llenó la cabeza y sentí un hormigueo en los pies, en tanto respiraba como si acabara de correr un maratón.
¿Por qué siempre era así cuando se trataba de él?
Apreté los labios con más fuerza e intenté serenarme mientras el elevador subía, y para cuando llegué a mi piso ya al menos podía sostenerme.
Salí de la cabina ajustándome el saco, fingiendo ser todo lo digno que no era, y avancé con el paso más seguro que pude hasta mi habitación.
A pesar de ser el primogénito del Duque de Arenberg de Hiraeth, no me gustaba tener escolta, y a mi padre le importaba tan poco que ni siquiera me la impuso. La sensación de libertad era de lo mejor. Tenía a Casper, mi asistente, pero él ahora debía estar en el quinto sueño.
Saqué mi llave a medida que llegaba a la puerta designada, pero justo cuando estaba por pasar la tarjeta por el sensor oí algo desde dentro y me sobresalté.
¿Era un grito?
Karen estaba dentro, ¡acaso ella…!
Alarmado, pasé la tarjeta a toda prisa y entré corriendo. La suite en la que me hospedaba tenía un recibidor y la habitación estaba más atrás. Corrí hacia allá y abrí la puerta de golpe, con los gritos siendo más fuertes.
—¡Karen, ¿estás bi…?!
Pero no pude terminar de hablar.
Sentí que el corazón se me fue al estómago y todo se me revolvió por dentro por lo que vi. Ahí estaba, «Lady Greifen», mi flamante prometida, desnuda y con las piernas abiertas ante un hombre que yo no conocía, pero sin dudas no estaban jugando a la casita.
Ella se espantó de pronto apenas verme y su cara palideció.
—¡Lars, ¿qué estás haciendo aquí?! —gritó casi recriminándome, como si yo fuera el que estaba actuando mal aquí?
El tipo se le quitó de encima a toda prisa y ambos se taparon, pero yo solo podía ver todo con los ojos bien abiertos.
—No me jodas… —mascullé.
—Lars, ¡puedo explicártelo! ¡Yo…!
—¡Sal de mi cuarto! —le grité al tipo, que me miró como apenado. No me importaba.
Él tomó su ropa y empezó a vestirse a trompicones. En cuestión de nada se fue, dejando a una Karen cuyas emociones en su cara bailaban entre la indignación y el temor.
Dios, Dios… ¡qué demonios!
Ella se sentó, aún cubriéndose con la sábana, con una dignidad que no entendía de dónde sacaba, y me miró con serenidad.
—Lars, esto no es lo que piensas, no tiene por qué afectarnos en nada.
Fruncí el ceño.
—¿Acaso te estaban obligando?
Mi desdén evidente la hizo arrugar la cara, y vi que pensaba en qué decir a continuación; sin embargo, no le di la oportunidad. Me acerqué a grandes zancadas, tomé su mano izquierda y le quité el anillo de compromiso que tenía puesto.
—Eres tan desgraciada que incluso corrompes esto. —Se lo enseñé, y el pasmo pintó su cara—. Vete de mi cuarto.
Me alejé, pero ella seguía como si nada.
—Los dos sabemos que esto te hará más daño a ti que a mí, Lars. Después de todo, tus padres…
—¡Al carajo mis padres, Karen! ¿Crees que puedes hacer lo que te dé la gana por mis padres? ¡No me jodas! Hasta ese par tienen límites, y te aseguro que tú acabas de rebasarlos. No me voy a casar con alguien así. —Respiré hondo, sintiendo que la presión en mi cabeza aumentaba a niveles peligrosos—. Vete. Voy a ir a dar una vuelta, y cuando regrese no quiero verte aquí.
Abrió la boca para decir algo, pasmada unos instantes por mi evidente molestia, pero volvió a cerrarla. Yo me di la vuelta y salí de ahí.
Necesitaba tomar aire, demonios… ¡Necesitaba desaparecer de este maldito mundo!
El corazón se me apretó fuerte en el pecho, y cada paso que di de vuelta al ascensor parecía tener la gravedad aumentada a mil.
Al llegar a la planta baja no le presté atención a nadie. Metí el anillo en mi bolsillo, una reliquia de mi abuela, y salí de ahí a la calle. Hacía frío, sí, ¿pero y qué?
Necesitaba despejarme, o congelarme, ¡o morirme! Qué jodienda. Encima que me comprometía con una chica, terminaba en esta m****a.
Volví a respirar hondo mientras avanzaba raudo por la calle y sin rumbo fijo, hasta que me di cuenta de que no tenía ni idea de en dónde estaba, y de que todo alrededor estaba muy silencioso.
Miré a todas partes y apenas vi un par de autos pasar en medio de la oscuridad, pero se me crispó la espalda. ¿Había alguien detrás de mí?
Sin embargo, para cuando volteé ya era demasiado tarde. Sentí un fuerte golpe en la cabeza, el mundo me dio vueltas y todo se volvió negro.
Me desmayé como un idiota.
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¡Hola! Gracias por estar aquí, esta es la historia de Ulrik, Rik, a quien hemos visto en otras de mis novelas, las de sus mejores amigos: Una hija para el CEO solitario y La falsa esposa del billonario. Las encuentras completas en mi perfil. ¡Gracias por darle la oportunidad!
Alba Despertar entre los brazos de mis dos grandes amores era algo que, por más tiempo que pasara, aún me costaba creer. Gian y Aian eran mi mejor regalo, los que disipaban la molesta tristeza que sentía por no poder concebir otro bebé. Pasé la mano por el cabello de mi bebé, quien se removió y frunció el ceño antes de voltearse hacia el pecho de Gian, quien siguió durmiendo tranquilamente, con una expresión de paz. —Ya quiero que sea la tarde —sonreí. Alguien tocó a la puerta despacio, así que salí con cuidado de la cama. Afuera estaba mamá, quien me había avisado que vendría temprano para ayudarme con los preparativos. —Tienes que peinarte ese cabello, parece nido de pájaros —se burló en voz baja.—Dios, es cierto —reí mientras lo acomodaba—. Ahora bajo, pero primero tengo que hacer que ellos se vayan.—Está bien, te espero. —Ese nido de pájaros me encanta, ma chère —susurró mi futuro esposo en mi oído.Me estremecí de gusto y aparté el cabello para que pudiera tener acceso a
GianNuestras caderas chocaban con fuerza tras cada embestida. Alba, con los ojos en blanco, se aferraba a mi nuca con una mano.Me mordí el labio inferior, luchando por aguantar, lo que resultaba difícil. Ver sus pechos rebotar y su expresión de lujuria era una mezcla peligrosa. Ni la pornografía más gráfica podía llegar a ser más provocativa que aquella imagen.—Deberíamos estar empacando —gimió—. ¡Pero qué delicia es no hacerlo!—Nunca podremos estar solos sin que te coja —solté con un gruñido—. Te deseo, ma chère, incluso cuando no podamos hacer esto.—Tus dedos y tu boca servirán —bromeó, agitada y apretándome con la vagina.—Mi vida —rogué, con los ojos llorosos—. Basta, voy a…—Quiero que me inundes —pidió, retorciéndose de pies a cabeza.Sus piernas me abrazaron con más fuerza y finalmente me rendí. Comencé a devorar sus labios, amortiguando nuestros gemidos desesperados. Finalmente, ambos explotamos, tanto de placer como de amor.—Ya me quiero casar contigo —dijimos al mismo
AlbaGabrielle no paraba de dar vueltas por el departamento, intentando calmarse. Como papá no sabía qué hacer, le hice una seña para que me dejara hablar con ella.—Gabi, estoy aquí —le dije, sosteniéndola de los hombros—. Por favor, mírame.—Mi niña —jadeó—. Voy… a ser mamá.—Y serás la mejor mamá del mundo —le dije sonriendo—. Aian va a tener un primo con quien jugar.—Ay —chilló, con los ojos llenos de lágrimas—. Se verán hermosos juntos.—Serán los bebés más hermosos del mundo —le aseguré.—¡Pero tengo miedo! —exclamó, abrazándome con fuerza—. Creí que ya no tendríamos un bebé, que era algo imposible.—Me ofende que no confiaras en mi armamento —se rio papá, haciendo que se escuchara un carraspeo afuera.—¿Quién está afuera? —preguntó—. Alba, ¿vienes con alguien?—Eh…Me giré hacia él, nerviosa. A estas alturas, todos sabían lo que había pasado en la fiesta, pero no quería que Gian entrara al departamento para evitar angustiar más a Gabi, a quien le molestaba que la vieran llorar
Gian Aceptar reunirme con las amistades de Alba era algo que jamás me habría planteado en el pasado. En la actualidad, me parecía extraño, teniendo en cuenta que eran dos hombres y uno de ellos era su exnovio. Sin embargo, estaba tan dispuesto a hacer las cosas bien que quería complacer a Alba. Después de todo, José fue el responsable de que hoy pudiera estar junto a ella. —Te llevas bien con ella, ¿cierto? —me preguntó Alba cuando terminé de hablar con Elsa. —Sí, ma chère, así como también con su esposo e hijos —asentí mientras entrelazaba mi mano con la suya—. No tengas celos de ella, mi amor. Yo… —Claro que siento celos —gruñó mientras se inclinaba hacia mí para besarme—. Siento celos de todo lo que se te acerca, así como tú los sientes de José o de cualquier otra persona.—De acuerdo, ya comprendí tu punto —farfullé, antes de succionarle el labio inferior—. Quiero que estemos juntos todo el tiempo. —Y yo igual. —Odio que trabajes en ese maldito hospital. —Y yo odio que ten
Alba Una caricia me despertó de golpe y sobresaltada. Al abrir los ojos, me encontré con dos pares de ojos grises y dos enormes sonrisas. —¿Tenías pesadillas? —se burló Gian, haciendo reír a Aian. —¿Pesadillas cuando estoy tan feliz? —dije mientras me estiraba—. Creo que ya no recuerdo lo que es eso.—¡Aplastar a mami! —gritó Aian. Antes de que Gian pudiera detenerlo, nuestro hijo saltó sobre mí, riéndose con fuerza. —Oye, también es mía —protestó Gian, acercándose para envolvernos entre sus brazos.Al verse aplastado, Aian lanzó un grito de protesta. Gian y yo nos reímos y lo retuvimos un poco más hasta que logró salir, enfurruñado. Sin embargo, al vernos, sonrió con todos sus dientes. ¿Acaso este era el cielo? Si alguien me lo dijera, le creería sin dudarlo. —Iré a traerles el desayuno —dijo Gian, acomodándome un mechón de cabello detrás de la oreja—. Ya deben tener mucha hambre. —No, no quiero que nos separemos —dije, preocupada.—Nunca me iría, pero está bien. Vamos juntos
AlbaNi siquiera al vestirnos podíamos dejar de besarnos y abrazarnos. La felicidad que nos invadía era demasiada, algo que jamás pensé que volvería a sentir. Sin embargo, estaba allí, entre sus brazos, gozando de su amor, ternura y pasión una vez más.—Te amo, te amo tanto, amor —dijo entre besos—. Me resulta difícil salir de aquí.—Para mí también, pero tenemos que ir por nuestro hijo. Por cierto, gracias por la ropa.Los dos nos reímos. Estaba tan seguro de que volveríamos, que había traído ropa para que me cambiara después. Era impresionante cómo seguía conociendo mi talla, a pesar de que había cambiado tras el nacimiento de nuestro hijo. Algunas cosas todavía me quedaban bien, pero mis pechos ahora eran más grandes.—Me alegra mucho que la estés usando —contestó con tono amoroso—. ¿Estás cómoda, ma chère?—Sí, es muy calentito —dije feliz.—Vamos entonces. Mi madre ya debe estar con nuestro hijo en casa.—¡Maldición! Te perdiste tu cumpleaños.—¿Me lo perdí? —se rio—. Pero sí lo
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