Alba siempre ha tenido claro que gusta de las chicas y los chicos. Tras una serie de relaciones desastrosas con hombres, conoce a Cristel Lefebvre, una carismática y apasionada joven con la que tiene un romance intenso y hermoso. Cristel está tan enamorada de Alba que decide presentarla a su adorado hermano, Gian Lefebvre, un hombre tan atractivo, sensual, maduro y ardiente, en el cual Alba no deja de pensar y la hace añorar tener a un hombre entre sus piernas. Peor aún: él tampoco deja de pensar en ella de las maneras más morbosas posibles y no luchará contra su deseo y anhelo, hará lo posible para hacerla sucumbir.
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Hice una mueca al no estar del todo conforme con mi atuendo. Nada me parecía lo suficientemente equilibrado para ir a conocer al hermano de mi novia. Era la primera vez que una de mis parejas me llevaba a conocer a su familia y, para mi mala suerte, tenía que ser un hombre poderoso, dueño de cadenas de hoteles, restaurantes y demás.
Mi novia también era dueña de muchas de esas cosas, pero el mando y la administración la tenía él, lo que no le importaba a Cristel, que solo se dedicaba a vivir la vida a su antojo y a no causar demasiado revuelo.
Suspiré y lancé mi vestido hacia la cama. Cristel no tardaría nada en pasar por mí y me regañaría por mi poco glamuroso atuendo. La amaba y mucho, pero me fastidiaba su obsesión con lucir perfecta todo el tiempo. Y era por eso por lo que llevaba esta presión encima de verme bien.
Nunca había sido especialmente fan de la moda, sino más bien de la comodidad. Tampoco llegaba al grado de verme como una vagabunda, pero sí que lo parecía al lado de Cristel. Esta era la razón de que todavía no comprendiera qué había visto en mí.
Cristel me adoraba y me llenaba de dicha, de esa sensación de haberme ganado la lotería. Hacíamos el amor pocas veces, pero no lo necesitábamos demasiado, la pasábamos muy bien haciendo muchas otras cosas.
Suspiré. Esta era, por mucho, mi mejor relación. Me veía con Cristel llegando al altar y todas esas cosas increíbles que, según mi familia, debía cumplir con un hombre. A mí me daba igual lo que pensara mamá o mis hermanas, mi padre me apoyaba de forma incondicional y con eso me bastaba. Incluso él quería muchísimo a Cristel y la veía como a una hija.
—No hay caso, creo que tendré que cancelar —dije rindiéndome. En ese momento se abrió la puerta y entró ella, por lo que salté asustada.
—¡Hola!
—¡Cristel! —me quejé mientras me llevaba una mano al pecho.
Cristel se echó a reír mientras se acercaba y la miré mal. Ella ya estaba ataviada con un hermoso vestido rosado.
—Ya sabía que tendrías problemas, mi amor —se rio y depositó un beso en mis labios, al cual le respondí con desgana, ya que estaba muy nerviosa y esperando su regaño.
—No me mates —pedí.
—No te regañaré, no ahora —murmuró antes de rodearme la cintura con sus brazos y besar mi cuello. Yo solté un largo suspiro y me olvidé de todo.
Sus manos viajaron por toda mi espalda hasta llegar a mi trasero. Cristel era pulcra, pero a la hora del sexo resultaba ser la más atrevida.
—Mierda, te extrañaba, mi amor.
—Y yo a ti —murmuré muy excitada—. ¿Quieres...?
—Sí, sí, por eso llegué temprano.
Las dos gemimos al unísono y yo le quité el vestido, dejando al descubierto sus pechos hermosos y que ataqué con rapidez. Ella se abrazó y gimió; le encantaba que mordisqueara sus pezones.
Yo también me deshice de mi ropa y nos tumbamos en la cama para acariciarnos y buscar penetrarnos con los dedos.
—Amor, me encantas, te amo con todo mi ser —musitó mientras metíamos y sacábamos los dedos.
—Te amo —contesté.
—Y yo más a ti.
Nos fundimos en otro beso profundo y seguimos bombeando hasta que ella comenzó a correrse en mi mano.
—Oh, Alba, no pares. —Echó la cabeza hacia atrás y sacó sus dedos de mí para centrarse en su orgasmo. Yo sonreí satisfecha y orgullosa mientras volvía a mamar uno de sus pechos.
Luego de aquello, fue mi turno. Le abrí las piernas y ella metió su cara entre ellas. Su lengua se movía a una velocidad deliciosa y tampoco tardé mucho en dejarme ir.
—Ahora ya no me quiero ir —dijo Cristel mientras subía para quedar recostada en mi pecho. Una de sus manos viajó hasta mis pezones y yo di un respingo.
—No, no, deja —me quejé riéndome.
—¿Por qué no me dejas acariciarte los pechos? Son hermosos. —Hizo un puchero.
—No sé, solo no me gusta —sonreí.
—Bien.
Besé su cabeza varias veces, pero ella de pronto giró y yo quedé sobre su cuerpo.
—No sabes cuánto te adoro, Alba —susurró con una intensidad que me dio escalofríos.
A veces me preguntaba si ella amaba más en esta relación. Yo no tenía dudas de lo que sentía, estaba profundamente enamorada, pero amaba también mis momentos a solas. Cristel, en cambio, no podía vivir sin mí, sin llamarme.
A veces me sentía poco merecedora de su amor.
—Y yo a ti, loquita.
—Mierda, quedé hecha un asco —se quejó—. Creo que nos tendremos que dar una ducha.
—Pues sí —bufé.
Las dos nos besamos durante unos instantes más antes de meternos en la ducha. Esta vez no hicimos nada lascivo, sino que jugueteamos con la espuma y nos contamos los asuntos del día, incluyendo mi nerviosismo.
—Te traje este vestido —dijo Cristel, volviendo a la habitación tras haber salido. En sus manos sostenía un vestido amarillo intenso y de tirantes.
—Oh, no, no me voy a poner eso —protesté.
—Claro que lo harás, se te verá precioso. Pasé horas eligiéndolo.
—¿Por qué ese chantaje emocional? —gemí y ella volvió a hacer ese pucherito que tanto me derretía—. ¡Ay, ya, está bien, pero si tu hermano me desprecia por verme mal, será tu culpa!
—No, estoy segura de que Gian te va a adorar. Él muere de ganas de que consiga a mi chica ideal —Suspiró.
—Dime que no me alabaste, que inventaste que hablo siete idiomas y que doy clases en Harvard —le pedí en tono dramático y ella se rio.
—No, nada de eso. Le conté tal y como eres.
—Oh, no, tampoco así —sollocé, lo que la hizo reír más—. No te pedía que me dejaras como una mujer maravilla, pero tampoco que le dijeras todo sobre mí.
—Mi amor, tranquila, eres encantadora. Vas a gustarle y nos apoyará, ya lo verás.
—Me conformo con no ser odiada y que no nos haga la vida de cuadritos. —Fruncí el ceño.
Cristel negó con la cabeza y me dio un beso en la mejilla.
—Nada, absolutamente nada, nos va a separar, ¿de acuerdo?
—Okey.
Al final accedí a ponerme ese vestido amarillo, que sentía que no iba muy bien con mi tono de piel pálido. Cristel había dicho que era encantador, aunque yo no lo percibía así. Parecía que mis senos iban a salirse del vestido.
Cristel era un poco celosa, pero esta vez no lo estaba siendo, así que aprovecharía.
—Te ves hermosa, cielo —me elogió.
—No más que tú.
Ella iba con un vestido rojo muy lindo y que había traído también. Ese tipo nos invitó a un restaurante con vista a la laguna, así que básicamente llevábamos un atuendo apropiado para la ocasión.
Las dos guardamos todas las cosas que usamos para maquillarnos, nos terminamos de alistar y por fin salimos.
Alba Despertar entre los brazos de mis dos grandes amores era algo que, por más tiempo que pasara, aún me costaba creer. Gian y Aian eran mi mejor regalo, los que disipaban la molesta tristeza que sentía por no poder concebir otro bebé. Pasé la mano por el cabello de mi bebé, quien se removió y frunció el ceño antes de voltearse hacia el pecho de Gian, quien siguió durmiendo tranquilamente, con una expresión de paz. —Ya quiero que sea la tarde —sonreí. Alguien tocó a la puerta despacio, así que salí con cuidado de la cama. Afuera estaba mamá, quien me había avisado que vendría temprano para ayudarme con los preparativos. —Tienes que peinarte ese cabello, parece nido de pájaros —se burló en voz baja.—Dios, es cierto —reí mientras lo acomodaba—. Ahora bajo, pero primero tengo que hacer que ellos se vayan.—Está bien, te espero. —Ese nido de pájaros me encanta, ma chère —susurró mi futuro esposo en mi oído.Me estremecí de gusto y aparté el cabello para que pudiera tener acceso a
GianNuestras caderas chocaban con fuerza tras cada embestida. Alba, con los ojos en blanco, se aferraba a mi nuca con una mano.Me mordí el labio inferior, luchando por aguantar, lo que resultaba difícil. Ver sus pechos rebotar y su expresión de lujuria era una mezcla peligrosa. Ni la pornografía más gráfica podía llegar a ser más provocativa que aquella imagen.—Deberíamos estar empacando —gimió—. ¡Pero qué delicia es no hacerlo!—Nunca podremos estar solos sin que te coja —solté con un gruñido—. Te deseo, ma chère, incluso cuando no podamos hacer esto.—Tus dedos y tu boca servirán —bromeó, agitada y apretándome con la vagina.—Mi vida —rogué, con los ojos llorosos—. Basta, voy a…—Quiero que me inundes —pidió, retorciéndose de pies a cabeza.Sus piernas me abrazaron con más fuerza y finalmente me rendí. Comencé a devorar sus labios, amortiguando nuestros gemidos desesperados. Finalmente, ambos explotamos, tanto de placer como de amor.—Ya me quiero casar contigo —dijimos al mismo
AlbaGabrielle no paraba de dar vueltas por el departamento, intentando calmarse. Como papá no sabía qué hacer, le hice una seña para que me dejara hablar con ella.—Gabi, estoy aquí —le dije, sosteniéndola de los hombros—. Por favor, mírame.—Mi niña —jadeó—. Voy… a ser mamá.—Y serás la mejor mamá del mundo —le dije sonriendo—. Aian va a tener un primo con quien jugar.—Ay —chilló, con los ojos llenos de lágrimas—. Se verán hermosos juntos.—Serán los bebés más hermosos del mundo —le aseguré.—¡Pero tengo miedo! —exclamó, abrazándome con fuerza—. Creí que ya no tendríamos un bebé, que era algo imposible.—Me ofende que no confiaras en mi armamento —se rio papá, haciendo que se escuchara un carraspeo afuera.—¿Quién está afuera? —preguntó—. Alba, ¿vienes con alguien?—Eh…Me giré hacia él, nerviosa. A estas alturas, todos sabían lo que había pasado en la fiesta, pero no quería que Gian entrara al departamento para evitar angustiar más a Gabi, a quien le molestaba que la vieran llorar
Gian Aceptar reunirme con las amistades de Alba era algo que jamás me habría planteado en el pasado. En la actualidad, me parecía extraño, teniendo en cuenta que eran dos hombres y uno de ellos era su exnovio. Sin embargo, estaba tan dispuesto a hacer las cosas bien que quería complacer a Alba. Después de todo, José fue el responsable de que hoy pudiera estar junto a ella. —Te llevas bien con ella, ¿cierto? —me preguntó Alba cuando terminé de hablar con Elsa. —Sí, ma chère, así como también con su esposo e hijos —asentí mientras entrelazaba mi mano con la suya—. No tengas celos de ella, mi amor. Yo… —Claro que siento celos —gruñó mientras se inclinaba hacia mí para besarme—. Siento celos de todo lo que se te acerca, así como tú los sientes de José o de cualquier otra persona.—De acuerdo, ya comprendí tu punto —farfullé, antes de succionarle el labio inferior—. Quiero que estemos juntos todo el tiempo. —Y yo igual. —Odio que trabajes en ese maldito hospital. —Y yo odio que ten
Alba Una caricia me despertó de golpe y sobresaltada. Al abrir los ojos, me encontré con dos pares de ojos grises y dos enormes sonrisas. —¿Tenías pesadillas? —se burló Gian, haciendo reír a Aian. —¿Pesadillas cuando estoy tan feliz? —dije mientras me estiraba—. Creo que ya no recuerdo lo que es eso.—¡Aplastar a mami! —gritó Aian. Antes de que Gian pudiera detenerlo, nuestro hijo saltó sobre mí, riéndose con fuerza. —Oye, también es mía —protestó Gian, acercándose para envolvernos entre sus brazos.Al verse aplastado, Aian lanzó un grito de protesta. Gian y yo nos reímos y lo retuvimos un poco más hasta que logró salir, enfurruñado. Sin embargo, al vernos, sonrió con todos sus dientes. ¿Acaso este era el cielo? Si alguien me lo dijera, le creería sin dudarlo. —Iré a traerles el desayuno —dijo Gian, acomodándome un mechón de cabello detrás de la oreja—. Ya deben tener mucha hambre. —No, no quiero que nos separemos —dije, preocupada.—Nunca me iría, pero está bien. Vamos juntos
AlbaNi siquiera al vestirnos podíamos dejar de besarnos y abrazarnos. La felicidad que nos invadía era demasiada, algo que jamás pensé que volvería a sentir. Sin embargo, estaba allí, entre sus brazos, gozando de su amor, ternura y pasión una vez más.—Te amo, te amo tanto, amor —dijo entre besos—. Me resulta difícil salir de aquí.—Para mí también, pero tenemos que ir por nuestro hijo. Por cierto, gracias por la ropa.Los dos nos reímos. Estaba tan seguro de que volveríamos, que había traído ropa para que me cambiara después. Era impresionante cómo seguía conociendo mi talla, a pesar de que había cambiado tras el nacimiento de nuestro hijo. Algunas cosas todavía me quedaban bien, pero mis pechos ahora eran más grandes.—Me alegra mucho que la estés usando —contestó con tono amoroso—. ¿Estás cómoda, ma chère?—Sí, es muy calentito —dije feliz.—Vamos entonces. Mi madre ya debe estar con nuestro hijo en casa.—¡Maldición! Te perdiste tu cumpleaños.—¿Me lo perdí? —se rio—. Pero sí lo
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