73.

Alba

Una caricia me despertó de golpe y sobresaltada. Al abrir los ojos, me encontré con dos pares de ojos grises y dos enormes sonrisas.

—¿Tenías pesadillas? —se burló Gian, haciendo reír a Aian.

—¿Pesadillas cuando estoy tan feliz? —dije mientras me estiraba—. Creo que ya no recuerdo lo que es eso.

—¡Aplastar a mami! —gritó Aian.

Antes de que Gian pudiera detenerlo, nuestro hijo saltó sobre mí, riéndose con fuerza.

—Oye, también es mía —protestó Gian, acercándose para envolvernos entre sus brazos.

Al verse aplastado, Aian lanzó un grito de protesta. Gian y yo nos reímos y lo retuvimos un poco más hasta que logró salir, enfurruñado. Sin embargo, al vernos, sonrió con todos sus dientes.

¿Acaso este era el cielo? Si alguien me lo dijera, le creería sin dudarlo.

—Iré a traerles el desayuno —dijo Gian, acomodándome un mechón de cabello detrás de la oreja—. Ya deben tener mucha hambre.

—No, no quiero que nos separemos —dije, preocupada.

—Nunca me iría, pero está bien. Vamos juntos
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