Atenea se retorció contra las cadenas.
No porque dolieran,
Sino porque no dolían.
Porque la plata no ardía como debería. Porque la restricción se sentía más segura que la libertad. Porque sin ellas, no estaba segura de poder confiar en sí misma para no destrozar el mundo en su hambre.
Se había atado a sí misma. Con sus propias manos. Con su propia voluntad. Un acto salvaje e imprudente de desesperación para lidiar con el calor. Porque sabía lo que pasaría si no lo hacía. Porque sabía lo que él haría si la encontraba así.
Y ahora... Lo había hecho. Lo único que quería era que él se mantuviera a kilómetros de distancia de ella hasta que su celo terminara
La puerta colgaba rota sobre bisagras astilladas, con vetas de madera irregulares que se extendían hacia afuera como las grietas en su control. Su aroma pino empapado de tormenta, acero y algo más profundo, más antiguo había llenado la habitación como una marea creciente. Su sangre pintaba la pared, manchada en una violenta veta donde h