Capítulo 74

La cámara estaba sofocantemente silenciosa, el aire cargado con el leve toque de hierbas y el fuerte olor a hierro de la sangre. El fuego en el brasero silbaba y crepitaba, proyectando largas sombras que se retorcían sobre las paredes de piedra como fantasmas inquietos. Ragnar estaba de pie junto a la cama, con los brazos cruzados sobre su ancho pecho, pero su postura rígida delataba el peso que lo oprimía, enroscándose más profundamente con cada latido.

Atenea yacía donde la había dejado, bajo el velo del sueño forzado. Debería haber parecido pacífica, suave, segura. Pero cuando sus pestañas se abrieron antes... sus ojos no eran los suyos.

Habían ardido con demasiada intensidad. Un azul abrasador, antinatural, un zafiro líquido que brillaba con conocimiento y malicia más antiguos que los reinos.

Habían sido los de Skyrana.

Un susurro se deslizó a través del silencio, más frío que las llamas que danzaban en el brasero

—No puedes protegerla de mí, Ragnar.

El sonido lo atravesó como una
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