La semilla perfecta

La mañana siguiente, Henrik, Mikkel y Elin se encontraban desayunando, la chica se llevó un trozo de panqueque a la boca, de pronto sintió unas náuseas tan intensas, que apenas tuvo tiempo de levantarse de la mesa antes de que un sabor amargo llenara su boca. Se llevó la mano a los labios, conteniendo el impulso.

Henrik dejó su taza de té a un lado, clavando su mirada sobre ella.

—¿La comida no te sentó bien, Elin? —preguntó.

Mikkel, que leía el periódico, ni siquiera alzó la vista.

Elin tragó saliva, intentando dominar el malestar.

—Fue un mareo pasajero, nada más —logró decir —con su permiso, subiré a mi habitación.

Henrik asintió, Mikkel, por fin, levantó la vista, y la miró.

Elin sostuvo su mirada antes de girarse y salir del comedor.

En su habitación, cerró la puerta y dejó escapar un jadeo, enseguida llevó sus manos hasta su vientre, plano, hizo cálculos, su ciclo, siempre puntual, estaba retrasado, hacia días que se sentía fatigad, y ahora sentía mareos.

Recordó que dos días
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