86. Porque Meira vuelve.
Camino hasta el centro del santuario en ruinas, dejo que el calor de mis manos ilumine tenuemente el espacio oscuro. Cierro los ojos y dejo que el fuego interno guíe mis pensamientos, buscando en esa llama muda el camino a seguir.
—Si el niño no es más que un eco, una decisión, entonces debo decidir qué hacer con ese eco —me digo con una determinación renovada, aunque temblorosa.
Porque, al final, el destino del fuego y de las sombras descansa sobre mí, sobre esta mujer marcada por el pasado, el deseo y el poder, una mujer que ya no puede retroceder ni esconderse.
Mientras el sol desciende, tiñendo el cielo de rojo y oro, la risa infantil resuena una vez más, vibra en mi pecho, llena el aire con una promesa que puede ser tanto salvación como condena.
Y en ese instante, sé que la historia que comienza con un niño, una decisión y un fuego, apenas comienza a desplegar sus alas hacia un futuro incierto y lleno de sombras y luz.
El ciclo no termina. Solo cambia de forma.
Y yo estoy dispues