72. Rituales y risas.
No sé cuánto tiempo pasa desde la última vez que veo a Meira verdaderamente nerviosa. Quiero decir, no inquieta por alguna amenaza externa ni lanzando cuchillos a la oscuridad como suele hacer cuando sospecha de espías, sino nerviosa de verdad, en ese modo torpemente humano en el que hasta el más letal de los asesinos puede parecer un cervatillo tembloroso ante el roce de una mirada.
Cuando entro en la cámara lateral del santuario y la veo allí, rodeada de velas mal dispuestas y con el rostro iluminado por una mezcla de fuego y vergüenza contenida, sé que algo no anda del todo bien. O, mejor dicho, sé que algo está a punto de andar muy mal.
—¿Qué es esto, Meira? —pregunto con una ceja arqueada, conteniendo una sonrisa que se me escapa por las comisuras.
Ella, de pie en el centro del círculo improvisado, con una túnica demasiado suelta para ser suya y una expresión entre altiva y... ¿desesperada?, me mira como si esperara que la tierra se la tragara.
—Un ritual —dice con firmeza, ender