65. Traición de sangre y deseo.
La traición se desliza como un filo invisible, silencioso y letal, cortando profundo donde menos lo espero: en alguien a quien he marcado con mi fuego, alguien a quien he entregado parte de mi poder y mi alma, sellando con placer y sumisión un vínculo que creí indestructible. El traidor surge de las sombras de mi santuario como un ladrón de memorias, como un espectro que arrastra consigo todo lo que creí seguro, quebrando los cimientos que construí con paciencia, con dominio, con la certeza de quien ha tomado posesión de un mundo entero. Su nombre resuena en mi mente con un sabor amargo, una mezcla de decepción y deseo que me aprieta el pecho y me obliga a recordar cada instante en que sus manos se rindieron a las mías, cada gesto de entrega que juraba eterno.
Recuerdo, como si fuera ayer, la primera vez que nuestras pieles se encontraron en aquel rincón oscuro, donde la luz apenas acariciaba las paredes y el mundo se reducía a nuestros cuerpos. El placer no era solo carne, sino un pa