66. Entrega tu cuerpo, entrega tu alma.
Despertar nunca había sido tan incierto, como si mis sentidos se hubieran disuelto en un océano oscuro donde ni siquiera la luz de la luna podía alcanzar a tocarme, donde la realidad parecía un hilo quebradizo que se me escurría entre los dedos y cada pensamiento se enredaba con otro, formando un laberinto imposible de atravesar sin perder algo de mí misma en el camino. Había decidido cruzar un umbral antiguo, un umbral que ni siquiera el tiempo se atrevía a nombrar en voz alta, uno que guardaba los secretos de los Primigenios del deseo, seres tan antiguos como el fuego mismo, sellados en pactos tejidos con voluntades y sacrificios que trascendían lo mortal y lo efímero, y yo sabía que abrir esa puerta requeriría más que voluntad: un abandono total de mi cuerpo, de mi ego, de todo lo que creía controlar, para entregarme al rito del despojo, un acto donde la frontera entre lo físico y lo espiritual se diluiría hasta dejarme irreconocible, una pieza dentro de un juego más grande que yo