36. Lenguas de leche, dientes de sombra.
La luna aún se arrastra baja sobre el horizonte, pálida, expectante, como si sus ojos sin párpados presintieran lo que está por abrirse bajo su mirada, mientras nos acercamos al templo sin prisa, pero con un peso silencioso que hace vibrar la tierra húmeda bajo nuestros pies descalzos. Somos pocas, las que decidieron seguirme no por obediencia, no por miedo, sino por un lazo invisible que va más allá del deseo o del poder, un hilo que se enreda en los huesos, en el pulso, en la certeza de que lo que hacemos no pertenece solo a nosotras, sino al futuro que llevamos dentro. Caminamos sin hablar, y aun así escucho cómo los árboles susurran nombres antiguos en sus raíces, nombres que despiertan memorias que no son mías, pero que vibran en mis huesos como un eco de lo que fui antes de nacer, o de lo que fui antes de aprender a temer.
Mi vientre late con un tambor lento y firme, el hijo que llevo, hijo del deseo, del fuego, de la traición y del amor, se mueve con una delicadeza casi tímida,