35. Las que muerden primero.
La madrugada huele a fermento lunar, a sudor de cuerpos entrelazados en deseo y resentimiento, a palabras no dichas pero que se perciben en cada respiración contenida, en el roce inadvertido de pieles tensas, en el aroma profundo de secretos guardados bajo la carne y los huesos. Me despierta el temblor de una de ellas: una Beta joven, frágil y a la vez feroz, que ha compartido mi sueño, acurrucándose contra mi calor como si mi cuerpo pudiera salvarla de sus propios miedos, como si mi vientre pudiera enseñarle el coraje que aún no conoce. Me observa en silencio, los ojos abiertos y húmedos, con la intensidad de una flor que no sabe si florecer o cerrarse de golpe, y en ese instante comprendo: no todas me siguen por fe, no todas arden por lealtad; algunas lo hacen por temor, otras por cálculo, otras… por simple hambre de poder.
Desde que el fuego del hijo comenzó a latirme dentro, algo cambió entre nosotras. No soy solo Névara. Soy la portadora, la madre sin esposo, la señal de una era