37. Cuando el cuerpo miente, la sangre canta.
La noche cae espesa, untada en un negro que parece haberse derretido del cielo mismo, como si las estrellas se hubieran disuelto en vino y la luna solo pudiera mirar, expectante y pálida, el mundo que se mueve bajo sus ojos sin párpados. El aire huele a hierba húmeda, a ceniza que guarda memoria, a sudor contenido y deseos que nunca se atrevieron a nacer; cada respiración se enreda en la anterior, cargada de promesas, de secretos que tiemblan y de nombres que no se atreven a pronunciarse. El templo donde nos refugiamos no guarda ya el silencio antiguo; cada rincón vibra con una presencia nueva, múltiple, eléctrica, y las Betas se mueven entre sombras con una mezcla de sigilo y tensión, conscientes de que la calma es solo la piel que cubre músculos que tiemblan, que el rumor del regreso de Averis se cuela en cada susurro, en cada aliento que se dilata antes de exhalar, y que incluso en la quietud se percibe la amenaza latente.
Intento meditar, busco conectarme con la criatura que crece