31.El corazón en la pelvis.
La luna me sigue desde lo alto, muda y atenta, como si no vigilara mis pasos sino los ritmos ocultos que empiezan a estremecerme desde dentro, como si conociera el secreto de cada latido y supiera que ahora mi cuerpo es otro, un territorio compartido, un territorio que ya no responde solo a mi voluntad. Ya no es solamente deseo lo que vibra bajo mi piel, ni la llama familiar que aprendí a domar, a liberar, a transformar en alimento o castigo; hay algo nuevo que no me pertenece del todo, que no arde con mi furia ni se apaga con mi control, que respira, late, palpita, y lo siento mover sus raíces en lo más profundo de mi vientre.
Camino descalza entre las piedras pulidas del templo, notando cómo las plantas que trepan entre los muros se apartan, no por respeto, sino por instinto, como si reconocieran que ya no soy una simple mujer, sino un cuerpo doble: nido y umbral, amenaza y promesa al mismo tiempo. Cada paso resuena en mi pelvis como un tambor oculto, y el viento me envuelve, jugand