278. El sabor de la marca.
Hay algo distinto en mi piel desde aquella noche.
Lo siento en la forma en que el aire se desliza sobre mis hombros, en el temblor que me recorre cuando el amanecer toca el mármol del balcón. Es como si cada partícula de luz tuviera filo y rozara mi cuerpo con una conciencia que no es mía. Desde el beso del forastero, mis sentidos se han vuelto un campo minado: cualquier roce, cualquier mirada, es suficiente para incendiarme.
Me despierto con el sabor metálico aún en los labios. No sé si fue un sueño o si su boca realmente me dejó esta huella invisible. Me miro en el espejo de cobre que descansa frente a la cama: la marca apenas se adivina, un brillo leve, casi imperceptible, justo en el centro de mi cuello. Podría pasar por una sombra… si no ardiera cada vez que la toco.
—No lo imaginé —susurro, aunque no hay nadie para escucharme.
El silencio de mis aposentos es un cuerpo más. Vibra, respira, se estrecha conmigo mientras me levanto y me visto. El tejido del vestido se adhiere a mi p