234. La lealtad se demuestra en resistir la tentación.
La noche cae sobre la corte con un silencio sospechoso, demasiado perfecto para no ser tejido con intenciones ocultas, y mientras camino por los pasillos oscuros que conducen a mi alcoba, cada sombra parece observarme con un ojo indiscreto que imagina lo que estoy a punto de hacer, como si los muros supieran que no se trata de una visita cualquiera, sino de un encuentro que podría alterar el rumbo de alianzas y traiciones. La lámpara que he dejado encendida junto a la cama derrama una luz dorada sobre las telas rojas, como si el mismo espacio quisiera declararse escenario de un rito donde el cuerpo será argumento y la piel, moneda de cambio.
Cuando la puerta se abre sin sonido, la figura que entra lo hace con el paso medido de quien sabe que cada movimiento es observado y juzgado. El diplomático rival se inclina apenas, gesto de cortesía que no disimula el fuego de la ambición en su mirada, y yo me incorporo sobre el lecho, dejando que las sábanas caigan lo suficiente para mostrar más