145. La caída del velo.
La noche pesa sobre el palacio como un telón de terciopelo oscuro, cada sombra parece respirar con un pulso propio, cada rincón es un secreto que se esconde de mí o que espera a ser revelado en el momento exacto en que mi piel se abra al contacto con otra piel; camino entre columnas iluminadas por antorchas altas, el mármol refleja mi silueta con destellos carmesí, y sé que todos me observan, incluso aquellos que fingen indiferencia, incluso los labios que sonríen al brindarme vino, incluso las manos que me acarician como si me amaran, aunque en verdad solo quisieran verme caer.
He aprendido a escuchar los silencios tanto como las palabras, y esta noche los silencios rugen más que nunca, pero yo me dejo arrastrar porque también me gusta jugar en el borde del precipicio, saborear la traición antes de que se muestre, sentir el filo de la daga invisible rozando mi garganta mientras sonrío y abro los labios para besar.
Uno de ellos se me acerca —lo conozco demasiado bien—, su mirada se es