146. Entre las llamas y la piel.
El aire huele a humo, a carne quemada y a traición. Mis ojos arden, no sé si por el fuego que devora los tapices y columnas, o por las lágrimas que no me permito derramar. El palacio, que hace apenas unas horas era un teatro de placeres y máscaras, se convierte ahora en una fosa ardiente, un escenario donde cada sombra puede ocultar a un enemigo y cada respiración puede ser la última. Camino descalza sobre el mármol agrietado, mi vestido rasgado se pega a la piel por el sudor, y siento que mi propia desnudez se ha vuelto un arma tan peligrosa como la daga que escondo en mi muslo.
El humo me rodea y escucho los pasos apresurados de hombres que me buscan, voces que pronuncian mi nombre con odio, con ansias de poseerme o destruirme, no sé cuál de las dos cosas sería peor, porque ambas significan entregarme a otro poder. Me deslizo por un corredor estrecho, las llamas iluminan los mosaicos con reflejos rojos, y cuando una silueta aparece frente a mí, no sé si debo matarlo, seducirlo o amb