108. Pacto de cuerpos y sombras.
El eco del ataque todavía vibra en las paredes derrumbadas, como si la piedra misma recordara los gritos y la sangre que anoche se derramaron sobre este suelo profanado; cierro los ojos y siento la humedad metálica en el aire, me recorre la lengua como un juramento amargo y sé que nada volverá a ser lo mismo. No quiero admitirlo en voz alta, no quiero ceder ante el desgarro que me habita, pero la realidad se impone con una crueldad que no sabe de pausas: para mantenerme en pie, para que el peso del poder no me hunda en mi propia ruina, necesito más energía vital de la que jamás me atreví a imaginar, y esa energía no se consigue con plegarias ni con sacrificios fáciles, sino con la entrega carnal, con la fusión de cuerpos que arden y se consumen en mi piel.
—Lo sabías desde el principio, ¿verdad? —le susurro al Forastero, que me observa con esos ojos que nunca parpadean lo suficiente, ojos que parecen querer arrancar cada secreto de mi carne sin necesidad de tocarme.
Él sonríe apenas,